Madrid sin duda es la ciudad de los contrastes. Capital que tiene un poco de todo, que junto a los signos distintivos propios de la modernidad y la era digital, conserva un encanto especial, como de otro tiempo, en muchas de sus calles, algo que es legible en las fachadas de sus viejas casonas, el casticismo de sus plazas y rincones, donde la historia parece haberse detenido. Me encantan las tarjetas postales antiguas de Madrid. Hay cientos, se diría que miles, por lo que emprender la aventura de coleccionar estas imágenes y estampas se antoja una verdadera temeridad. Y quizá lo sea. Pero ese salto sin red lo compensa la satisfacción de poder abrir una brecha en el espacio/tiempo, de mirar directamente a través de ese ojo de buey que es la fotografía y situarnos, en apenas instantes, en medio de gentes y edificios que hace años dejaron de existir o cambiaron tanto su fisonomía que a primera vista resultan casi irreconocibles.  

En el amplísimo universo postal de la capital de España confluyen editores y fotógrafos que han dejado huella. Inmensas e inolvidables las series de Hauser y Menet, Laurent, Lacoste, Castañeira y Álvarez, Kallmeyer y Gautier, Roig, y tantos otros. Entre todos nos han dejado instantáneas que a través de ese Mercurio que es el Correo han pasado de mano en mano, salvando los abismos del calendario, hasta este siglo XXI en que nos encontramos, donde otros recursos telemáticos se van imponiendo sin remisión en el mundo de las comunicaciones. 

Pero, disfrutemos de ese salto atrás que nos permiten las viejas tarjetas postales, para pasear por la Carrera de San Jerónimo, agonizante ya el XIX (véase en la carta la fecha, 31 de diciembre de 1899), aún regente María Cristina de Habsburgo, madre de Alfonso XIII, al que vemos en la siguiente instantánea dirigiéndose a la apertura de las Cortes, en ese mismo año. 




Eran años donde los tranvías, los primeros autos y aún los coches de caballos convivían sobre las arterias de la capital, cuando no era algo inusual contemplar un rebaño, quizá en plena transhumancia, cruzar con parsimonia el Puente de Toledo. Y la gente, en las tardes soleadas de domingo, paseando y compartiendo confidencias junto a las terrazas del Paseo de Recoletos, mientras los escritores del 98 aspiraban el humo y los aromas de un café recién hecho en los veladores del Gran Café de Gijón. 





Las tarjetas postales muestran imágenes que ahora resultan inéditas. La Plaza Mayor ajardinada, con parterres y viejos árboles erguidos junto a Felipe III, que los contempla atónito. Y como siempre, los ciudadanos, los verdaderos protagonistas de la vida de la ciudad, retratados para la posteridad y mudos testigos de tantos mensajes de amor, de tantas despedidas, de urgencias y noticias de todo tipo, caligrafiadas con la tinta ya mohosa de otro tiempo.  




Madrid es un océano donde convergen sensaciones, itinerarios, inquietudes, un reto sin duda para el coleccionista al que nunca darán tregua sus infinitas posibilidades. Ya sean de antes de la guerra o editadas más allá de los cuarenta, difícil será no encontrar un ejemplar que merezca la pena.