Recibir una postal significa que alguien, en algún lugar más o menos lejano, pensando en nosotros, se ha tomado el trabajo de comprar una postal, comprar un sello,  rellenarla y buscar un buzón de correos para enviarla.

Colecciono postales “circuladas” . Postales que han sido depositadas en un buzón de correos y que han viajado hasta su destino utilizando el Servicio Postal de uno o varios países.

La postal circulada nos aporta mucha información: lugar de origen, motivo que representa, sello utilizado, matasello, distancia recorrida, tiempo que ha tardado en llegar y, por supuesto, del remitente. Con el tiempo he ido confeccionando una lista no exhaustiva, manifiestamente subjetiva, de los remitentes. A ellos voy a dedicar unas líneas, con todo mi cariño,  consideración y respeto.

El olvidadizo. Este Amigo se va de vacaciones de verano a la otra punto de mundo. El último día compra una postal típica: una playa con barquitos y mucha agua. Como en el chiringuito no venden sellos de correos le dice a su pareja: “Anda, guárdame la postal en el bolso, que ya compraré un sello”. Su pareja usa esa modalidad de bolso tipo “baúl de la Piqué” donde cabe medio mundo. Allí se queda la postal. 

Meses después haciendo sitio en el armario coge el bolso-baúl y mirando en su interior exclama sorprendida –“¡Ahí va!, mira la postal de tu amigo. Pues se la tienes que mandar. Te la dejo en la entrada con las llaves de casa, que eres un despistao”. Y a mitad de pasillo, elevando la voz le repite: “Y mu abandonao”. “Y cuando salgas ponte el abrigo que está pa nevá” – insite la moza.

Al día siguiente nuestro remitente, camino al trabajo, entra en un estanco, compra dos sellos y la deposita en un buzón. Misión cumplida.

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El Señor Mayor. En sus años mozos no ha ido más lejos que al pueblo de su familia política a unos pocos kilómetros de su residencia, cada año en el día de Todos los Santos. Excepción fue su servicio militar en Sidi Ifni. Un viaje de ida, estancia y vuelta sin ocasión de turistear.

Tras una vida de sacrificios, estrecheces y viudedad llega  la merecida jubilación y nuestro Amigo se ha propuesto hacer algo más que comprar el pan, leer el periódico y sentarse en un banco al sol cada día. Gracias a los viajes que organizan en su Parroquia, a pesar de algún que otro achaque y animado por sus hijos –“Muy bien, Papá, que te lo tienes merecido” , está dispuesto a conocer  España.

Persona noble, seria, cercana en el trato, rigurosa en sus compromisos. De la vieja escuela. Educado en la tradición epistolar clásica, no concibe que el contenido de una postal circule por “medio mundo” a la vista de todos. Es de obligado cumplimiento preservar la intimidad.

A su vuelta se interesa: “Recibiste la postal?”. “Te gustó el sello?”. “Seguro que no lo tenías”, afirma  sin esperar las respuestas. “Me dijo la señorita del estanco que allí se usaba poco”. –"¡Hombre, SM, no sé que decirte, en Euskadi…!" , le comento. “Un momento, caballero, Vascongadas. Provincias Vascongadas”, matiza.

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El Rácano. Cuando envía una postal, nunca, nunca, nunca, bajo ninguna circunstancia, la compra. La coge del mostrador del hotel, restaurante o bar donde se aparca durante sus vacaciones. Me consta que en cierta ocasión visitó varias recepciones hasta encontrar un establecimiento que disponía de postales publicitarias gratis. En un descuido del recepcionista, con todo el descaro del mundo, se las guardó todas. Desde entonces lleva años enviando la misma postal, desde lugares diferentes. A él le da lo mismo. Su mujer, que tiene más paciencia que el Santo Job le recrimina: —“¿No te da vergüenza enviarle esa postal a tu Amigo?”“Ninguna. Si lo que le gusta es el sello” –, responde con cinismo.

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Los Sarcásticos. Para ellos coleccionar postales, a estas alturas, es una cosa de “gente rara”. Con lo útil que es el whatsapp, el sms y, si no queda más remedio, el email. ¡Postales…, vaya manera de perder el tiempo! –, mascullan algunos para sus adentros. No obstante, se toman su trabajo en enviar una postal; eso sí,  acorde con su peculiar sentido del humor.

Los textos, cuando existen,  son de lo más variopintos: –“La vida nocturna de San Sebastián está algo apagada esta temporada”. ó  –“Magnífica impresión de La Habana …”. E incluso en blanco, al fin y al cabo le has pedido una postal no un diario de viaje.

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¿Circu qué…?. Es el remitente que quiere agradar contribuyendo a la colección con postales, pero no entiende que sería de agradecer, más aún, si fueran circuladas. En cualquier caso, piensa, una postal es una postal. Y cuantas más mejor; además, si tienes un montón de sellos.

En cada uno de sus viajes hace acopio de postales, muchas postales, que luego te entrega con la satisfacción de quien te regala un tesoro: –“Toma para tu colección. No te compré sellos por si los tenías repetidos...”.




El Metódico. Trotamundos impenitente planifica y documenta sus viajes con precisión de cirujano.   Escoge sus envíos con sumo cuidado y comparte en ellos un pedazo de historia de cada rincón del mundo que visita. A veces incluye un acertijo o una leyenda urbana  en relación con el lugar  y reta a su resolución: –“El edificio … está muy relacionado con la cantidad de perros callejeros”. Sus postales son un maravilloso regalo.

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El Filatélico. Es un remitente comprometido con la causa. Coleccionista, filatélico, postalista, amante del Arte y de la Historia. Cuida el detalle. No compra una postal al uso, le pone un sello y la echa al buzón. No. Él se toma su tiempo. Busca algo diferente. Cruza la ciudad de un extremo al otro para compartir con nosotros la belleza de la que está disfrutando.

Sus postales son dignas de exponer con orgullo en cualquier colección: una tarjeta máxima con matasello conmemorativo, sellos específicamente escogidos para el reverso y depositada en una estafeta de Correos muy especial donde, con la profesionalidad que les caracteriza, le estampan un matasello de matrícula de honor. ¿Se puede pedir más?.


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Escrito por:
José Manuel Lagarejos