El llamado “correo interior” en las pequeñas poblaciones es un fenómeno relativamente moderno dentro de nuestra dilatada historia postal. 

Antes del siglo XX, debido al escaso desarrollo urbanístico de las poblaciones, no tenía mucho sentido recurrir al servicio de correos para hacer llegar un mensaje a cualquier vecino de la misma localidad del remitente, bastaba simplemente con enviar a un criado, o entregar el mensaje a un mozo a cambio de alguna propina. 

Este tipo de envíos es lo que se conoce como cartas entregadas “a la mano” y solían contener mensajes muy cortos. El doblado del pliego se realizaba también de una forma muy característica en forma casi triangular. A estos mensajes escritos se les denomina “esquelas”. 

Debido a las razones anteriormente expuestas era muy raro que algún particular recurriese a los servicios postales para remitir su correspondencia dentro de una misma población, de ahí que los responsables del servicio de correos desconfiaran cuando se produjera algún envío de estas características. De hecho las Ordenanzas de Correos de 1794 en su título XII, capítulo 28, mandaban no se diese curso a las cartas depositadas en los buzones de las pequeñas poblaciones para vecinos de las mismas, por considerar que fueran "anónimas, y contengan chismes perjudiciales a la quietud pública”.


De lo dicho anteriormente se deduce que la circulación de cartas en el interior de poblaciones fue un hecho del todo infrecuente hasta mediados del siglo XIX. Concretamente el 3 de noviembre de 1852 se establecerá en Madrid el primer servicio de correo interior con el establecimiento de buzones en los puntos extremos de la capital, “de manera que se evite a los habitantes de los barrios más excéntricos tener que depositar las cartas en el correo central”; para esta modalidad de envíos se establecerá la obligatoriedad del franqueo previo de la correspondencia mediante sellos de correos especiales con el escudo de la villa de Madrid formado por el oso y el madroño, y con un valor de 3 cuartos. Esta tarifa será reducida el 15 de octubre de 1853 a 1 cuarto por cada carta sencilla. Será así como nacerán los primeros sellos de correo interior, en un principio sólo para la capital de España. 

Poco tiempo después, el 1 de noviembre de 1854, este servicio se irá extendiendo a las principales urbes del reino como Barcelona, Cádiz, Coruña, Málaga, Sevilla, Valencia, Zaragoza... lo que obligará a la emisión de sellos de correo interior con carácter general, estableciendo su precio en 2 cuartos, que permanecerá inalterado hasta 1867. 

La ampliación de este servicio a todas las ciudades no se hará efectivo hasta el año 1862, en el que una circular del 29 de enero lo hará extensivo “a todas las capitales de provincia y pueblos que por su importancia y extensión lo requieran”. Será a lo largo de este año y no antes, cuando el correo interior franqueado con sellos de correos empiece a aplicarse en las ciudades extremeñas. 

Para hacernos una idea de los grande núcleos de población en la Extremadura de aquellos tiempos diremos que tanto Cáceres como Badajoz contaban con una población similar que rondaba los 13.000 habitantes, Villanueva de la Serena unos 11.000, Trujillo, alrededor de 7.500, Mérida sobre los 5.000 y Zafra 4.300. 

En el momento de la popularización del servicio del correo interior, la emisión de sellos que se encontraba vigente era la de 1 de febrero de 1861 formada por 5 valores (2, 4, 12 y 19 cuartos, 1 y 2 reales). La validez postal de la misma se prolongó hasta el 15 de julio de 1862 para el sello de 4 cuartos y el 31 de julio para los demás. El sello de correo interior seguía teniendo un valor de 2 cuartos y se encontraba impreso en color verde sobre papel verdoso (Edifil 51). 

Todo este largo prolegómeno sobre el desarrollo del correo interior sirve para presentar dos interesantes (y únicas hasta la fecha) piezas de historia postal. Se trata de las más antiguas muestras de correo interior franqueadas con sellos de las que se tiene noticia en una población extremeña, en este caso Cáceres. Además ambas cartas cuentan con una serie de particularidades que aumentan su rareza. Vayamos con su análisis: 


La primera de ellas se encuentra circulada dentro de la villa de Cáceres el 5 de agosto de 1862, como puede apreciarse por el fechador estampado en el frontal. Está franqueada con un ejemplar del 2 cuartos verde, el cual aparece obliterado por el matasellos conocido como “Rueda de Carreta” nº 22 de Cáceres. La peculiaridad de esta pieza, además de tratarse de la primera carta conocida en Extremadura de correo interior, es que se encuentra circulada pasados 5 días del periodo de vigencia de este sello. A estos elementos le acompaña, por último, la estampación de cuño en tinta negra del guarismo “2”. La interpretación de este sobrescrito a la luz de la normativa postal de la época es un enigma, no obstante, al final del artículo expondremos alguna hipótesis al respecto. 

La segunda de las cartas también circuló en Cáceres por correo interior y fue franqueada con un sello de la misma emisión que la precedente, pero en este caso el fechador de la carta muestra la fecha de 4 de octubre de 1862, es decir ¡¡¡2 meses y 4 días fuera del periodo de validez postal del sello de 2 cuartos!!!. Además el sello no ha sido cancelado por ningún matasellos, con lo cual se vulneraba también la legislación postal que obligaba a los empleados de correos a la cancelación de los sellos para evitar su reutilización. 

Como ya hemos comentado, no hemos encontrado explicación para ninguna de estas dos cartas, no obstante podemos aventurar algunas hipótesis que justifiquen la forma extraña con que se procedió:
La primera de ellas presenta una especie de sobretasa representada por el “2” que podría corresponderse con 2 cuartos de vellón. La explicación que cabe a este proceder podría tener que ver con la instrucción de 23 de junio de 1856, en virtud de la cual “las cartas sin franquear o insuficientemente franqueadas según la tarifa vigente quedarán sin circulación; pero el administrador las anunciará al público en los periódicos oficiales, avisando inmediatamente al consignatario o al remitente cuando este fuese conocido”. Es decir, la carta pudo haber sido considerada sin franquear por contar con un sello fuera de vigencia, por lo tanto se dio aviso al destinatario, quien debió abonar los 2 cuartos para el correo interior y así poder recibirla. Lo extraño de esta posibilidad es que a la carta se le estampara mediante cuño los 2 cuartos y sin embargo no se franquease con un sello del mismo importe de la siguiente emisión, la de 1 de agosto de 1862, que era el que estaba vigente en aquel momento. Si Cáceres no hubiera recibido aún los nuevos sellos no tendría tampoco ninguna lógica que la carta hubiese sido multada por estar franqueada con un sello antiguo. 

La segunda de las piezas solo podría explicarse por una omisión del empleado de correos quien dejó pasar la carta por descuido o hizo la vista gorda ante un ejemplo flagrante de fraude postal, ya que hacer circular un sello más de dos meses después de su vigencia no se podría achacar a un error. Quizás el funcionario era conocido del destinatario; o incluso puede que le aplicara la misma sanción que en el caso anterior sin ser ésta consignada de forma visible en el frontal del sobrescrito. 

En todo caso estas dos piezas de historia postal del periodo filatélico nos han servido de excusa para ilustrar una modalidad de correo que, en nuestra ciudad pronto cumplirá 162 años de su implantación, aunque su comienzo parece que se realizó con mal pie. 

David González Corchado